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Un 23 de setiembre de 1939 moría el padre del psicoanálisis. Punto final a una vida, que supo engendrar (en ocasiones) orfandades productivas.

«El último libro que leyó fue La piel de zapa, de Balzac. Cuando lo terminó me dijo, con aire distraído: ‘Este era el libro adecuado para que leyera; trata del encogimiento y la inanición’;…En aquella época, yo ignoraba cuán significativa era esta observación y por qué me la había hecho. El tema del encogimiento de la piel repite las palabras de Freud, escritas en 1896, respecto de su padre agonizante: ‘se encoge inexorablemente…hacia una fecha fatal’…[el] 21 de setiembre, mientras estaba sentado junto a su cama, Freud me tomó la mano y me dijo: ‘Mi querido Schur, seguramente recuerda nuestra primera conversación. Entonces prometió no abandonarme cuando llegara el momento. Ahora sólo queda la tortura, que ya no tiene sentido!!’ Le indiqué que no había olvidado mi promesa. Suspiró aliviado, sostuvo mi mano un momento más y dijo: ‘Se lo agradezco’, después de un momento de vacilación añadió: ‘Cuénteselo a Anna’. Todo esto fue dicho sin sentimentalismo ni compasión y con plena consciencia de la realidad.

Le informé a Anna sobre nuestra conversación, como Freud me había pedido. Cuando se repitieron los insoportables dolores, le administré dos centigramos de morfina. De inmediato, sintió alivio y se sumió en un sueño pacífico. La expresión de dolor y sufrimiento había desaparecido. Después de 12 horas repetí la dosis. Evidentemente, Freud se encontraba tan cerca del fin de sus reservas que cayó en estado de coma y no volvió a despertar. Murió a las tres de la madrugada del 23 de setiembre de 1939.»

                                                                 Dr. Max Schur